Las obras para poner muros o escolleras convierten los cauces en un canal, incluso donde no hay peligro por posibles inundaciones. Para la fauna piscícola el desastre es total.

Cada vez que el político de turno promete restaurar un tramo de río, los pescadores deberían ponerse a temblar. Porque no se trata de mejorar la calidad de las aguas actuando sobre los vertidos, los desembalses brutales o las sacas de agua indiscriminada para la producción hidroeléctrica o para el riego. Se trata de dragar, poner muros o escolleras que convierten el cauce en un canal y, en los tramos urbanos, ponerle aceras al río.

Venden el proyecto de forma electoral cuando, en muchas ocasiones, detrás se esconde el interés de graveras, canteras, empresas concesionarias que no disponen ni de una simple carretilla pero que subcontratan a mitad de precio, algo que venimos padeciendo con crisis o sin ella. En otras ocasiones se trata simplemente de que los ayuntamientos se apropien de unos terrenos pertenecientes al cauce de inundación y que el río, más pronto que tarde, va a reclamar como suyos en la primera gran inundación.

Para la fauna piscícola el desastre es total. Durante miles de años estos ríos han discurrido de forma mas o menos natural, conservando sus pozas, sus corrientes y chorreras o sus tablas serenas. Un hábitat en el que las truchas establecen su jerarquía. Las posturas mejores para las grandes, las playas poco profundas para los alevines, las corrientes intermedias para las tallas medias que irán ocupando las mejores posturas en la medida que haya bajas. Al convertir el río en un canal uniforme se trastoca el hábitat y ya nada vuelve a ser igual. Esto sin mencionar los dragados que eliminan los cascajares poniendo al descubierto los caleños estériles y colmatan de lodos las tablas donde el agua lleva menos fuerza.

En el mes de junio pude observar directamente en Veguellina, por debajo del puente de Buenos Aires, como las máquinas destrozaban el cauce semiseco. En estos días contemplo estupefacto la construcción de una escollera en el coto de Pereje, a la altura de Trabadelo, en una zona donde nunca hubo el más mínimo riesgo de inundación. La mejor tablada del coto convertida en un canal. Desde el puente donde llamaban la atención docenas de truchas, «las del turista» decían los pescadores, ahora sólo se van dos o tres medio espantadas y el fondo colmatado de lodo. Y ni siquiera han respetado a los pescadores, pocos, que han pagado religiosamente su permiso y, en estos días, no pueden pescar. Ahora a la ministra Tejerina se le llena la boca ofreciendo nuevas y millonarias actuaciones en los tramos urbanos del Bernesga y del Torío.

Todos conocemos la política de las Confederaciones Hidrográficas donde la pesca está en el último lugar en los usos del agua, pero ¿dónde están los responsables de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León? Hace años conocí a un político persistente que se atrevió a enfrentarse a las poderosas Confederaciones Hidrográficas prohibiendo tocar un solo canto por debajo de la lámina del agua. Y lo consiguió, al menos un par de años, hasta que le cesaron. Se llamaba Jaime González. A los de ahora ni están ni se les espera.